viernes, 17 de septiembre de 2010

esta mujer


Por Juan Montes

Se habló del país virtual y el país real. Entre ambos, emerge a su vez, un tercer país: el país de la percepción que viene a desvirtuar, tímidamente, el apocalipsis que promueve el primero y a descubrir, con la misma timidez, algunas certezas esperanzadoras del segundo. Esta nueva lectura que algún sector de la sociedad comienza a hacer es consecuencia de una actitud política: instalar el debate social, resignificar la participación activa de base y confrontar antiguas dicotomías rayanas al tabú, al prejuicio y en el peor de los casos, al desinterés. Este, y no otro, definitivamente es el mayor y mejor logro de esta mujer, que, guste o no, es la presidenta Cristina Fernández. Todos los demás aspectos son desprendimientos de esta decisión. Y es éste y no otro, definitivamente, el caldero donde hierve el caldo del odio, la sal que hiere al dibuk, las causas que causan terror.

A partir de esta premisa hay que destacar algunos méritos. Entre ellos está el que habiendo sufrido una conspiración de acontecimientos que auguraban su fracaso, pudo salir airosa y sin triunfalismos, como un bote que emerge de la furia tormentosa en el océano. Remontó la crisis internacional, padeció uno de los mayores default de nuestra historia, soportó la más férrea denigración mediática, amortiguó los golpes de una devastadora oposición que huérfana de líderes demócratas verdaderos tiene como fin debilitar a un gobierno que -vaya la paradoja y la hipocresía- la misma oposición integra, aguantó la indiferencia y la adversión de sectores de los que se espera un convenio tácito sobre cuestiones básicas como lo son los derechos humanos, la democratización de los medios y el respeto a las instituciones, la asignación universal y las políticas educacionales.

Los que miran profundo ven lo verdadero. Aquí se inicia otro mérito: esta mujer no salió a derrumbar los castillos de arena desde cuyos balcones profetisas descarriadas o séquitos de cletómanos auguraban catástrofes. Dejó, con paciencia materna, que caigan solos: se dijo que el campo se fundiría, el campo no se fundió; se vaticinó una estampida del dólar y el dólar se mantuvo manso; se pronosticó una política de ajustes y la respuesta fue más medidas sociales; se le endilgó una calidad de títere de su esposo y demostró muy clara su autonomía; se amenazó con una chavinización de la República y mostró estar tan cerca de Chávez como de Lula o Evo Morales, se la tildó de montonera y el único ejército que mostró fueron los fans de 6-7-8.

Esta mujer es más que Chanel y Louis Buitton. Es la mandataria que aplicó políticas que nadie, desde hace cincuenta años, se animó a aplicar. Y eso es meritorio. Fue más allá en un país donde los límites siempre fueron impuestos por sobre los gobiernos. Y eso, por ser meritorio, es para muchos imperdonable. Y en ese ir más allá descoloca, desconcierta, desestabiliza a todo el arco político que balbucea contradicciones. Néstor Kirchner es predecible y por lógica su Gobierno fue de crecimiento cuantitativo. Esta mujer no construye política, instala el debate de la política misma; no polemiza en primera persona, instala la polémica y deja que los actores sociales polemicen. El Gobierno de esta mujer es cualitativo y eso la diferencia del resto.

En este escenario que esta mujer provocó, en el mejor sentido de la provocación, aparecen dos líneas claramente definidas: retoma políticas inclusivas de Perón y la actitud confrontativa de Eva. Y antes de hacer comparaciones con Perón y con Eva, es preferible arriesgar dos lecturas posibles: este Gobierno es lo más parecido al Gobierno peronista en los últimos cincuenta años y la mujer que lo encarna, antes que otra cosa, antes que ninguna otra cosa, es, como dice un amigo, un cuadro político. Y un cuadro político privilegia, por sobre todas las cosas, su noción colectiva del concepto Patria.

Este Gobierno no tiene muertos propios. No reprimió el default del campo ni las movilizaciones contrarias. Enfrentó a los adversarios, a los opositores y a los enemigos con la palabra, con la invitación a debatir o el desafío a discutir. Y este mérito, genera impotencia y la sucede el odio. Esta mujer quebró los esquemas: no sacó a la CGT a la calle, no movilizó su "clientelismo social", no fue violenta como muchos quizás, peligrosamente, hubieran querido. Fue hasta lugares donde hasta hace cinco años eran impensados: puso en evidencia no sólo el andamiaje de los medios de comunicación, sino además, abrió el debate sobre el rol, la ética y la imparcialidad de los periodistas; desmitificó la soledad de las madres y sacudió el letargo impune de los crímenes de lesa humanidad; adhirió activamente a la más sólida intencionalidad de integración latinoamericana…

¿Cómo no va a generar odio si hace lo que otros gobiernos populares hubieran querido hacer? ¿Cómo no va a generar odio si hace lo que cualquier gobierno antipopular no quisiera que se haga? ¿Cómo no va a generar odio si para colmo esta mujer, es mujer?

martes, 7 de septiembre de 2010

NO OLVIDAR

gente es hora de dejar la resistencia y pasar a la acción.
la derecha oligarca, vende patria y cipaya, esta desorganizada pero no acabada, todavía debemos de enfrentarnosla en muchas batallas.
unidos venceremos con memoria y corazón.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Bajo techo

Bajo techo

Por Eduardo Aliverti

Como siempre sucede cuando se abordan temas referidos al área de lo “institucional” –por ser muy ligeros en la definición– y no a lo que es o se interpreta como las necesidades básicas del “hombre común”, puede ocurrir en el periodista una sensación de lejanía. Un temor a extraviarse respecto de los sentimientos populares. Pero deben vencerse esas inquietudes, obviamente si hay el convencimiento de que tal distancia no existe.

Acaba de reglamentarse la ley de radio y televisión que sepulta a la dictatorial. No se trata de salarios, ni empleo, ni vivienda, ni salud (se iba a tipear “ni de educación”, pero de eso sí que se trata en forma directa). Y ni siquiera algún marciano supondría que, por fuera del ambiente del sector, hay quien recorrió los meandros de esas disposiciones técnicas. Sin embargo, nada de todo eso obstaculiza la certeza de que los argentinos vivimos con esta noticia un momento con perspectiva de histórico, si es que la sociedad, o sus sectores más dinámicos, demuestran estar a la altura de las circunstancias. Al margen de las agónicas chicanas de los grupos mediáticos monopólicos, y de sus amanuenses de la oposición parlamentaria (que han tenido alguna incorporación asombrosa), desde el miércoles pasado se abrió formalmente la puerta para que las voces públicas y emitidas sean más. Muchas más. Juzguemos si esto no es un interés que debería ser básico, y si ese interés no es acaso una necesidad; o si no debiera serlo. Los medios audiovisuales son desde hace mucho rato una parte constitutiva de nuestra cotidianidad. Se cuelan en la vida de cualquier mortal, incluyendo la de quienes los rechazan o intentan ser selectivos en su consumo. La revolución tecnológica, que es civilizatoria, no deja espacio para desentenderse de quiénes y cómo manejan los medios. Las sociedades son “habladas” e interpretadas por quienes cortan el bacalao mediático. No queda espacio para el romanticismo de la independencia comunicacional. Los multimedios son multinegocios que, aquí y en el mundo entero, manejan la producción simbólica del imaginario colectivo. Tienen empresas periodísticas y además petróleo, armas, telefonía, entretenimiento, discográficas. Son los dueños de la agenda pública. No necesariamente pautan cómo tenemos que pensar, pero sí de qué tenemos que hablar y la frontera es muy difusa. Si ese abanico no se dispersa entre más actores y si esos actores no representan otros intereses, de la escala media y baja de la pirámide social, sólo cabe esperar pueblos espectadores y nunca protagonistas. Esta es una lucha política y quien no entienda eso no entiende nada, no porque invariablemente los medios reemplacen a la política sino por el hecho de que, sin medios con discurso alternativo al dominante, no hay lucha política posible.
El desafío que se impone al entrar en vigencia la nueva ley, para los que aspiran a cambiar la lógica del Poder concentrado en pocas manos, resulta impresionante. Igual de gigantesca que la senda abierta, desde el formalismo jurídico, es la capacitación necesaria en el movimiento popular para aprovecharlo. Organizaciones sociales, universidades, sindicatos, pymes, cooperativas, entidades educativas, no tienen más excusas para dejar de preguntarse cómo están preparándose a los fines de medios de comunicación propios, y/o su realización. El reglamento de la flamante legalidad mediática brinda un marco al cual sujetarse, producto, como dato no menor, de múltiples foros de discusión desarrollados en todo el país y, desde ya, ninguneados o bastardeados por los comandantes de la torta. Hay ahí estipulaciones de todo tipo: porcentajes de producción nacional y de bajadas de satélite; concentración máxima de licencias y áreas de cobertura; regulación de la publicidad, chivos incluidos junto con ocupación de pantalla; y así de corrido hasta ocupar páginas y más páginas del Boletín Oficial. Hay que cumplirlo y sanseacabó, como toda ley; pero consumarlo, claro, requiere primero la disposición y capacidad para hacerse del medio. Más de un tercio del espectro se reservó, sencillamente, a quienes demuestren vocación de poder desde aquellas agrupaciones diversas a las que la ley de la dictadura vetaba. En otras palabras, felizmente se acabaron las acusaciones y militancias acertadas sobre y contra el viejo andamiaje leguleyo. Ahora hay que hacerse cargo de la receta del diagnóstico. A ocupar los medios. A organizarse. A saber cubrirlos con profesionalismo para poder competir versus corpulentos que ni desaparecieron ni se extinguirán, sino que afrontarán competidores. Nada de artesanías hipposas. Nada de creerse que alcanza con decir distinto si ese decir no es mejor.
Hay un parangón con la ley del matrimonio igualitario que no debe evitarse. Los homosexuales con derecho a casarse y adoptar es un logro cotejable, en primerísimo lugar, contra el tamaño del vencido. Ese derrotado se llama Iglesia Católica o bien, para no herir sensibilidades, su cúpula retrógrada. Se llama represión, culpa, vergüenza, prejuicio, discriminación. Y es susceptible de ser considerado cual interés de una minoría, del mismo modo en que la aplicación de la nueva ley de medios es pasible de concernir, únicamente, a quienes somos de esos medios. Un error patético, porque significaría perder de vista que la historia, la gran historia, se hace muchas o las más de las veces con los símbolos derrumbados; y su reemplazo por aquellos que generan utopías renovadas. Ya se conoce, pero en algunas oportunidades parece olvidárselo: marchar hacia nuevos y mejores lugares y mientras se lo hace, al consolidarse el “se puede”, animarse a más. Se puede contra la Iglesia. Y se puede contra Clarín. Ya no es cierto que varias tapas de ese diario, y sus tentáculos, basten para tumbar a un gobierno. Y si ya no es cierto, ¿quién se anima a decir que no es un avance? Bueno: Carrió, quien ha dicho que si cae Clarín caemos todos... ¿Que una corporación no pueda voltear a una gestión democráticamente electa no viene a ser la dichosa “calidad institucional” que tanto pregona la derecha? ¿Y no sería que si se puede contra ésos se puede contra otros, y que entonces hablamos de necesidades básicas siendo que llegó a reglamentarse la ley que el Poder no quería? Lograron mantener durante 26 años de democracia una de las herramientas clave de la dictadura; y como si fuera poco la violaron en provecho propio para garantizarse la cantidad de licencias de radio y tevé que se les antojase. ¿Quién tiene el tupé de decir que antes la ley y ahora la reglamentación no son un paso enorme de justicia social, que habilita otros caminos?
Importa tres carajos si ésta es una conquista derivada de obsesiones personales de la “pareja presidencial”, contra el Grupo Clarín y/o en dirección a construir un Gran Relato que les allegue votos del progresismo. Tres carajos. Se abrió la puerta. Entremos. No hay nada garantizado, pero estamos bajo techo.